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como en la juventud se sufre por necedades sin importancia. Don Matias y yo nos sentiamos como tipos de distinta raza. El no debia notar en mi suficiente respeto, y el que yo me permitiese tener opinion acerca de las cosas le producia una mezcla de colera y de asombro que ahora me hubiera parecido comica. El senor Cepeda no podia discurrir, razonar con libertad; no contaba con el suficiente numero de ideas para comparar y obtener juicios propios; verdad es que a la mayoria de la gente le pasa lo mismo. Para suplir esta falta de ideas, don Matias se refugiaba en las anecdotas. En su cabeza, cada idea tosca y primitiva lleva como atornillada una serie de cuentos y de chistes. --Eso no es asi--decia, por ejemplo, al exponer yo una opinion cualquiera--, y te contestare con lo que dijo Periquito Sanchez a don Juan Martinez en Cadiz, en el ano de 27.... Y don Matias seguia asi con una velocidad de galapago, hasta contar una anecdota de una vulgaridad aplastante. Como hombre de poca delicadeza natural y de cultura rudimentaria, no era, ni mucho menos, un modelo de discrecion, y a veces tenia salidas de patan que le regocijaban muchisimo. En el fondo estaba sorprendido de verse a si mismo tan alto; habia hecho esfuerzos para convencerse de que su caudal, que no dependia mas que de un matrimonio afortunado y de la suerte, era obra de su talento y de su perseverancia. Don Matias era el tipo del buen burgues: bruto, rutinario, indelicado y, en el ondo, inmoral. Toda rutina le parecia santa, el precedente la mejor razon. Don Matias tenia sus manias; por ejemplo, ir siempre tarde a comer para demostrar que los muchos trabajos no le permitian ser puntual. Don Matias solia estar en su despacho con su gorro y su bata, cuando no andaba por el almacen, por entre hileras de sacos y de cajas, dando ordenes o paseando con las manos cruzadas en la espalda. El dependiente principal, que le conocia bien, un jerezano muy chistoso, decia del senor Cepeda que se pasaba el tiempo cortando papeles para llevarlos al retrete, o haciendo punta a los lapices lo mas despacio posible para obtener el gusto de aparecer ante su familia como atareado. Hasta en eso era mezquino, porque hacia las puntas de los lapices cortas y cortaba los papeles pequenos. Ronoso para todo, era hombre de rumbo para los gastos de la casa y de la bella Hortensia. Tenia el sentimiento del comerciante rico que considera a la mujer como el mejor medio de lucirse.
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