rca de la Maestranza contemplabamos la bahia de Cadiz, tan azul;
alla lejos, Rota y Chipiona brillando al sol con sus caserios blancos;
luego, la costa baja formando una serie de arenales rojizos hasta el
Puerto de Santa Maria, y en el fondo, los montes de Jerez y de
Grazalema, violaceos al anochecer, con una linea recortada y extrana en
el horizonte.
Veiamos la entrada de alguna fragata o de algun bergantin que venia con
el atoaje. Luego, al avanzar la tarde, nos dirigiamos a casa por la
muralla dando la vuelta a una punta que, si no recuerdo mal, se llama de
San Felipe.
Veiamos las baterias con sus canones, avanzabamos por el adarve a mirar
por los huecos de las almenas. Tardabamos todo lo mas posible en entrar
en casa. Al llegar a la Aduana comenzaba a obscurecer.
En las torres blancas de las casas proximas a la muralla quedaban aun
resplandores de sol. Echabamos una ultima mirada a la bahia.
El mar, como un lago azul, se rizaba apenas por el viento; en los barcos
comenzaban a brillar las luces, y en el puerto resplandecia una fila de
faroles; el cielo de otono, un cielo azul y rosa, sin una nube, iba
obscureciendo. Las luces de San Fernando comenzaban a reflejarse en el
agua, y la esfera del reloj del Ayuntamiento de Cadiz se iluminaba y se
destacaba en el cielo palido.
Muchas veces, desde aquel sitio de la muralla, oiamos las lentas
campanadas del _Angelus._
Al anochecer tomaba la diligencia en una plazoleta proxima y me marchaba
a San Fernando con el espiritu angustiado y lleno de una extrana
amargura.
[Ilustracion]
IV
LA PALMERA Y EL PINO
Algunas veces he oido referirse a una poesia de un poeta aleman, creo
que de Enrique Heine, en donde un pino del Norte suspira por ser una
palmera del tropico.
Este simbolo podia representar la situacion espiritual mia en aquella
epoca lejana en que estudiaba en San Fernando. Hoy, cosa extrana, no me
gusta nada el Mediodia, y tampoco me entusiasman las palmeras, que son,
indudablemente, decorativas, pero que tienen aspecto de algo artificial.
En el tiempo de que hablo era yo el pino que aspira a transformarse en
palmera. Hubiese querido hablar con abandono y ligereza, saber hacer
chistes y comparaciones y echarmelas de Tenorio. Hasta se me ocurrio
abandonar el mar y hacerme comerciante, o por lo menos empleado.
Ya no pensaba en islas desiertas ni en hacer de Robinson; mis ideales
eran otros. Queria transformarme en un andaluz flamenco, en un
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