Izarra.
Esta muchacha se llamaba Genoveva; pero todo el mundo la decia
_Quenoveva_, y ella estaba convencida de que asi se pronunciaba su
nombre.
Quenoveva me fue muy simpatica. Era fuerte, valiente, timida, tostada
por el sol y por el aire del mar, con las cejas un poco juntas. Aquel
dia estaba vestida de fiesta: llevaba una blusa clara, una falda azul,
medias rojas y alpargatas blancas.
Cualquier cosa la confundia y la turbaba. Me parecio ser una excelente
amiga para Mary y que la tenia mucho afecto.
Mary me dijo que ellas iban al faro.
--Si quieren ustedes, las acompanare.
--Bueno.
Pasamos los tres por el arenal y salimos a la punta del Faro. Me choco
que Mary hablase el vascuence tan bien. Parecia una aldeana que no
hubiese salido del pueblo. Nos acercamos a la casa del torrero; de
pronto Quenoveva comenzo a gritar como un hombre, y corrio a la
barandilla del faro, donde habia visto a uno de sus hermanos inclinado
hacia afuera.
Mary me miro, para ver, sin duda, el efecto que me hacian los exabruptos
de su amiga.
La casa del torrero y el faro formaban un solo edificio, asentado sobre
una plataforma cortada en las rocas. Bajamos a la vivienda por una
escalera estrecha y entramos por un corredor con puertas a los lados.
Una porcion de chiquillos, que andaban chillando y rinendo, se nos
acercaron.
El torrero era viudo, y Quenoveva dirigia a sus ocho hermanos como a un
rebano, a fuerza de gritos furiosos.
Quenoveva nos paso a Mary y a mi al despacho del torrero, lo mejor de la
casa, y cerro la puerta para que la prole de chicos y chicas no se nos
amontonara encima.
--iUn senorito!--decian aquellos pequenos salvajes, con una curiosidad
inmensa.
Mary abrio la puerta y trajo en brazos a un chiquitin, que al verse
preso y en presencia mia empezo a llorar y patear, con tal rabia, que
tuvo que dejarlo.
--El torrero tarda--le dije yo a Mary.
--Como esta cojo....
--iAh! ?Es cojo?
--Si.
Esperamos en el despacho. En la pared habia un mapamundi, el plano del
faro, en papel azul, clavado con tachuelas; un cronometro y un
barometro. Sobre la mesa se veia un barquito que, sin duda, el torrero
estaba tallando con un cortaplumas.
Se oyo poco despues en el pasillo el ruido de una pierna de palo, y
entro el torrero, Juan Urbistondo. Urbistondo era un tipo
extraordinario, un viejo lobo de mar.
Tendria cerca de sesenta anos, la cara curtida, la expresion simpatica,
la nariz roja, que brill
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