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es se trataban con el torrero y su familia. La mujer de la taberna anadio que al principio decian que Mary, la hija del capitan, era debil; pero que con aquella vida al aire libre se estaba haciendo una muchacha muy robusta. Todos estos datos contribuyeron a hacerme creer que aquella gente era bastante misantropica y extrana. Despues de almorzar y descansar en la venta, me fui por el borde de las dunas adelante. Serian las cuatro y media, cuando vi al capitan y a su hija, que volvian, hacia su casa, por la playa. El iba despacio; ella corria, tiraba piedras, gritaba. La subida por la Cuesta de los Perros era bastante fatigosa, y el viejo se detuvo varias veces a descansar. Tenia aire de hombre enfermo y abatido; al pararse bajaba la cabeza hasta dar con la barba en el pecho. Me acerque a ellos. La muchacha era muy bonita, rubia, tostada por el sol; al pasar por delante de mi me miro con un aire completamente salvaje. Aguarde a que entraran en su casa, y poco despues me decidi a llamar. Habia obscurecido. El viejo alto que trabajaba en la huerta me indico que pasara. Entre. Una lampara de aceite alumbraba un cuarto pequeno y modesto, que tenia un armario con cortinillas blancas. El capitan leia sentado cerca de la mesa; la muchacha estaba haciendo la cena alli mismo; el viejo criado raspaba el mango de una azada. El capitan se levanto al verme, con aire de alarma; yo le rogue que se sentara, y le dije quien era y a lo que iba. La muchacha salio del cuarto. --?De manera que usted es nieto de dona Celestina?--me pregunto el capitan. --Si, senor. --?Hijo de Clemencia? --Si, asi se llama mi madre. El hombre se turbo, no supo decirme lo que pagaba de renta a mi abuela, y murmuro: --Digale usted a su madre que me diga lo que tengo que pagar al ano por la casa, y si puedo me quedare en ella. Yo le indique repetidas veces que no, que siguiera pagando como hasta entonces; pero no le pude convencer. De cuando en cuando la muchacha rubia se asomaba a la puerta y me miraba con sus ojos azules obscuros, con una expresion de temor y desconfianza, como si tuviera miedo de que yo le hiciera algun dano a su padre. Me levante molestado del aire de suspicacia de toda aquella gente, y, saludando a los tres con frialdad, me volvi a Luzaro. [Ilustracion] VII EL RECADO Una tarde de diciembre, al volver de la relojeria, ya obscurecido, un chiquillo me detuvo y me entrego una carta. ?Qui
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