bia salido de sus funebres cavilaciones con horror, sino con la
mansa resignacion que deben inspirar las tragedias inevitables.
Sin embargo, don Manuel estaba muy triste en aquella tarde oscura de
septiembre.
Miraba a Carmen jugar en el amplio salon, con aquel apacible sosiego que
era encanto peregrino de la criatura. Todos sus movimientos, todos sus
ademanes, eran tan serenos, tan suaves y reposados, que placia en
extremo contemplarla y figurarse que aquellas innatas maneras senoriles
respondian a un alto destino, tal vez a un elevado origen.
Podia fantasearse mucho sobre este particular, porque Carmencita era un
misterio.
En uno de sus viajes frecuentes y desconocidos, trajo don Manuel aquella
nina de la mano. Tenia entonces tres anos y venia vestida de luto.
El caballero se la entrego a su antigua sirviente, Rita, convertida ya
en ama de llaves y administradora de Luzmela, y le dijo:
--Es una huerfana que yo he adoptado, y quiero que se la trate como si
fuera mi hija.
La buena Rita miro a don Manuel con asombro, y viendo tan cerrado su
semblante y tan resuelta su actitud, tomo a la pequena en sus brazos con
blandura, y comenzo a cuidarla con sumision y esmero.
La nina no se mostro ingrata a esta solicitud, y desde el dia de su
llegada se hizo un puesto de amor en el palacio de Luzmela.
--?Como te llamas?--le habia preguntado Rita con mucha curiosidad.
Y ella balbucio con su vocecilla de plata:
--Carmen....
--?Y tu mama?...
--Mama....
--?Y tu papa?...
--Padrino....
--?De donde vienes?
--De alli--y senalo con un dedito torneado, del lado del jardin.
--iClaro, como las flores!--dijo Rita encantada de la docilidad graciosa
de la nina.
Rita deletreaba las facciones de la pequena con avidez, como quien busca
la solucion de un enigma.
Mirandola detenidamente, movia la cabeza.
--En nada, en nada se parece.... El senor es moreno y flaco, tiene
narizona y le hacen cuenca los ojos; esta chiquilla es blanca como los
nacares, tiene placenteros los ojos castanos y lozano el personal...; en
nada se le parece.
Y la buena mujer se quedo sumida en sus perplejidades y enamorada de la
nina.
Con una facilidad asombrosa acomodose Carmencita a la vida sedante y
fria de Luzmela. Su naturaleza robusta y bien equilibrada no sufrio
alteracion ninguna en aquel ambiente de letal quietud que se respiraba
en el palacio; ella lo observaba todo con sus garzos ojos profundos, y
se identificaba su
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