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queteria femenil, y los manejos astutos de Narcisa le ponian nervioso. Ademas, se hallaba impaciente por que Carmen le revelase el motivo de su extrana suplica, mientras ella parecia completamente olvidada de dar a su amigo esta explicacion. Tenia en aquella hora una actitud singular y extrana que acrecentaba su belleza dulcisima. Abstraida y silenciosa, mostrabase ajena a todo lo que no fuera oculto embeleso de su alma. Salvador la observaba lleno de incertidumbre; y solo pudo averiguar, al cabo, que de tarde en tarde la muchacha alzaba el vuelo de sus pestanas sedenas hacia los ojos fulgurantes de Fernando.... Cuando, a media tarde, volvia Salvador en su caballo hacia Luzmela, una pena asordada y mordiente lastimaba su corazon, y la gloria del valle y la cancion del rio, caian sin encantos en la sombra de su espiritu. XIV En uno de aquellos dias, el marino paso en la capital algunas horas. A su regreso coloco sobre la mesa del comedor unos paquetes. Narcisa corrio a curiosearlos y se complacio a la vista de unas elegantes telas de finos colores. Muy amable, dijo a su hermano: --Has hecho compras, ?eh? Y el, con su galante sonrisa, respondio: --Si; unos trajes para Carmencita. Por ahorraros molestias, yo mismo avise a la modista de Villazon, que vendra manana para que la nina elija modelos. Narcisa se puso verde. Con las manos estremecidas sobre las telas, estuvo un momento dudando si podria tragar su despecho. Tenia asomadas a los labios desdenosos unas agrias frases de reproche y ofensa, y, con ellas extendidas por toda su cara descompuesta, salio de la estancia dando un tremendo portazo que alzo en todas las habitaciones un eco penetrante. Fernando, sin perder su risuena actitud, volviose hacia Carmen, que estaba inmovil y pasmada, para decirle: --?Te gustan los colores?--y le senalaba las telas desdobladas. La muchacha no se atrevia a responder ni casi a mirar. El se le acerco afectuoso y la obligo a levantar la cabeza, rozandole con la mano suavemente la redonda barbilla. Con acento contenido y amoroso le suplico, casi al oido: --?No te he dicho que mientras yo este en Rucanto no debes temer nada? Tenia Carmen cuajados de lagrimas los ojos y era presa de una emocion confusa, entre grata y doliente. Llena de sinceridad infantil interrogo ansiosa: --Y ?estaras aqui mucho?... Habia tal anhelo revelado y temeroso en esta pregunta, que el impavido marino, tan
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