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para manjar de su alma perversa. Estaba a veces adormilado en los bancos del pasillo o en el sofa de la sala, y cuando oia que, bajo los chillidos agudos de Narcisa o bajo las sinrazones de su madre, temblaba como un pajarillo la fresca voz de Carmencita, corria hacia ellas, recatandose detras de las puertas o a la sombra de las paredes para no perder ni un detalle de la escena dolorosa. Si le era posible ver las caras desde sus escondites, entonces una expresion tenebrosa se asomaba a sus ojos malecos. No se acordaba Carmen de haber hablado con aquel muchacho una buena palabra en los anos que llevaba en la casona. La voz aceda del mozo solo se alzaba iracunda contra su madre, contra su hermana o contra los criados. Se pasaba muchos dias encerrado en su dormitorio. Dona Rebeca decia que estaba enfermo. Debia de ser verdad, porque a menudo salian del aposento ayes y gemidos. Lloraba entonces la madre; Narcisa se enfurecia, y si en tales ocasiones de tragedia llegaba Andres a Rucanto, rodaban los muebles, estallaban los cacharros en anicos, y las puertas se batian en tableteos formidables. Los criados, siempre nuevos y de lejanos valles, pedian la cuenta con premura, y Carmen, llena de espanto, se escondia en el ultimo pliegue de la casa a temblar como una hoja. Pasaba la tempestad, dona Rebeca guisaba, su hija ponia la mesa con mucha solemnidad, y todos comian amigablemente, con apetito y abundancia. Era seguro entonces que Andres tenia dinero en el bolsillo y que Narcisa habia conseguido un traje nuevo o un viaje a la ciudad. Julio, que no se aplacaba con dones, aparecia tranquilo a fuerza de cansancio; y la fatiga de haber rugido furiosamente desplegaba su frente hurana y le hacia aparecer menos repulsivo. Solo Carmen en aquellas ocasiones, harto frecuentes, fingia comer y luchaba con el temblor de sus manos y con la inseguridad de su voz. Y asi, mientras que la madre y los dos hijos mayores hablaban amistados y serenos, Julio descansaba desfallecido, ella oia, siempre horrorizada, el eco de las blasfemias y de los insultos, de los golpes y las amenazas que se habian alzado entre la madre y los hijos, apenas hacia una hora, y tantas veces y en tantos anos.... Era una casa temerosa la de Rucanto. La fundo un quinto abuelo de dona Rebeca, que murio en un manicomio y que dejo lastimosa descendencia de locos y suicidas. Desde entonces siempre se habian oido en ella gritos frecuentes, carreras y e
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