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z sus lindos trajes y saliese a paseo a la Estacion, despues de la misa mayor del dia de los Santos. La miraron aquella manana en el pueblo como a una desconocida; parecia otra. Llevaba con exquisita gracia su modesto traje de senorita; se habia recogido sencillamente los cabellos, cuyos ensortijados aladares daban a sus sienes puras la idealidad de una corona. Pero lo mas sorprendente, lo mas admirable de la nina era aquella su incopiable expresion de delicioso ensueno, que encendia en sus labios sonrisas misteriosas y en sus ojos intensas y divinas luces. Salvador la encontro al salir de la iglesia; iba Carmen con dona Rebeca y el marino. La senora llevaba un semblante dolorido y amargo como si estuviera bajo el peso de alguna gran desgracia. Fernando parecia un poco triste; su habitual sonrisa era algo forzada. Solo Carmen iba poseida de intimo gozo lleno de fulgores. Se quedo Salvador absorto contemplandola, y el dolor causado por ella en el corazon del joven hacia dias, se agudizo y le hizo palidecer. Nada de esto advirtio la muchacha, engolfada en su interno delirio. Fueron juntos los cuatro hacia la Estacion, al paso menudo de dona Rebeca, que acentuaba su actitud de victima musitando entre suspiros: --_De fuera vendra quien de casa nos echara...; unos nacen con estrella...._ Fernando y Carmen se adelantaron un poco, enveredados a la par por la mies adelante. Mostrabase el otono benigno y dulce, y era la manana serena y luminosa. Tenia el ambiente una cristalina diafanidad, una templanza gozosa. Las praderas, enverdecidas con un palido color de esmeralda, ofrecian suavidad fonge y amable, y en los hondones del terreno alzaban los arroyos su placido son. Los bosques, despojados a medias, daban al paisaje una nota melancolica de marchitez poetica, y su mantillo abundoso en amustiadas hojas, ponia un contraste pintoresco sobre el terciopelo verde de las campas. La hoz tragica, abierta en el horizonte, levantaba sus montanas bravas y oscuras hasta el cielo, vestido de indigo color, terso y puro, sin un solo jiron de nube triste. Carmen vivia con nuevas y potentes sensaciones toda aquella vida apacible y fecunda del valle. Derramaba la sorpresa de sus ilusiones en las caricias con que miraba al cielo y al campo, al bosque y a la montana, para luego recoger de toda aquella belleza mas infinitos anhelos de vida imperecedera, de eterna esperanza de felicidad. Cuando oyo a su l
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