s la agresiva intencion de la senora, que,
persiguiendola con los ojos y con la actitud, continuo:
--Mi hermano estaba loco, loco de atar...: heredo de los abuelos esta
dolencia.
Le acudio a Carmen un logico pensamiento, y delatandole en voz alta,
pregunto:
--?No eran tambien abuelos de usted?
Dona Rebeca, furibunda, le puso los punos junto a la cara, gritandole:
--Tu eres la santa..., ?eh?...; la santa, ?y me insultas llamandome
loca?
La infeliz, rompiendo a llorar, gimio:
--?Yo?...
--Si, tu, la santita, el agua mansa, que parece que nunca has roto un
plato....
Y se dio a hacer gestos por la casa adelante, con las manos en la cabeza
y la voz retumbante rodando por los pasillos.
Nueva espectadora de aquellas comedias ridiculas, Carmen se creyo
realmente culpable y llego a suponer que habia sido grave indiscrecion
preguntarle a dona Rebeca si era nieta de sus abuelos.
Otro dia, rinendo la hija y la madre, engalladas y descompuestas,
estaban ya a punto de "agarrarse", cuando Carmen, entrando en la
estancia, se interpuso entre las dos con impulso bondadoso.
Aprovecho Narcisa aquel momento para darle con sana un empellon, y la
nina fue a caer de rodillas cerca de una mesa, sobre la cual una lampara
vacilo, quebrandose.
--Es una loca--dijo Narcisa, avenida de pronto con su madre en tranquila
conversacion.
--Si, una loca; hija de su padre habia de ser--repitio la senora.
Carmen, sin hacer caso de la lampara, del golpe, ni de la injusticia de
aquellas palabras, pregunto:
--?De que padre?
--De mi hermano; del simple de mi hermano, que estaba "poseido"....
La nina habia oido unicamente _de mi hermano_, y, de rodillas como
estaba, junto las manos con transporte, sonando.
--Si; es cierto..., es cierto....
El furor de Narcisa volvio entonces a desbordarse ante la devota actitud
de la muchacha, y de nuevo chillo a su madre con desatinadas veces.
--?No ves como se eleva? ?No ves como se cree igual a nosotras? ?Por que
le dices que es hija de tu hermano?... Tu si que estas "poseida"; tu si
que eres simple....
Huyo dona Rebeca con su paso menudo y cauteloso, y la hija la siguio a
grito herido llenandola de injurias.
Carmen, sola en la habitacion, sintio que la duda quedaba todavia viva
en su pecho; volvio los ojos a todos lados como para interrogar al
misterio de su vida, y vio otros ojos turbados y malignos que se
recreaban en su angustia.
Era Julio, que acechaba el dolor ajeno
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