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, y no me apartare de este sitio hasta haberlo averiguado. Dejo partir al otro, y sin perder el tiempo, saco un cuchillo, y comenzo a socavar la tierra alrededor de la lapida, hasta que logro levantarla. Encontro debajo de ella una bolsa. La abrio, y hallo en ella cien ducados con un papel sobre el cual habia estas palabras en latin: "Te declaro por heredero mio a ti, cualquiera que seas, que has tenido ingenio para entender el verdadero sentido de la inscripcion. Pero te encargo que uses de este dinero mejor de lo que yo he usado de el." Alegre el estudiante con este descubrimiento, volvio a poner la lapida como antes estaba, y prosiguio su camino a Salamanca, llevandose el alma del licenciado. 53. PROVERBIOS. (III) Dos amigos de una bolsa, el uno canta y el otro llora. Dicen los ninos en el solejar, lo que oyen a sus padres en el hogar. De tal palo tal astilla. De quien pone los ojos en el suelo, no le fies tu dinero. Del dicho al hecho hay mucho trecho. De la mano a la boca se pierde la sopa. De hombres es errar, de bestias perseverar en el error. De dineros y bondad, siempre quita la mitad. Dame donde me siente, que yo hare donde me acueste. Nino criado de abuelo, nunca bueno. Costumbres y dineros hacen los hijos caballeros. Con lo que sana Sancha, Marta cae mala. Compania de tres, no vale res. Cien sastres y cien molineros y cien tejedores son tres cien ladrones. Cada uno extiende la pierna como tiene la cubierta. 54. EL ESPEJO DE MATSUYAMA Mucho tiempo ha vivian dos jovenes esposos en lugar muy apartado y rustico. Tenian una hija y ambos la amaban de todo corazon. No dire los nombres de marido y mujer, pero dire que el sitio en que vivian se llamaba Matsuyama, en la provincia de Echigo. Cuando la nina era aun muy pequenita, el padre se vio obligado a ir a la gran ciudad, capital del Imperio. Como era tan lejos, ni la madre ni la nina podrian acompanarle, y el se fue solo, despidiendose de ellas y prometiendo traerles, a la vuelta, muy lindos regalos. La madre no habia ido nunca mas alla de la cercana aldea, y asi no podia desechar cierto temor al considerar que su marido emprendia tan largo viaje; pero al mismo tiempo sentia orgullosa satisfaccion de que fuese el, por todos aquellos contornos, el primer hombre que iba a la rica ciudad, donde el rey y los magnates habitaban, y donde habia que ver tantos primores y maravillas. En fin, cuando supo la mujer que volvia su marido, vistio a la
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