remendo infortunio para esta familia
hasta entonces tan dichosa. La excelente y amorosa madre cayo enferma,
y aunque la hija la cuido con tierno afecto y solicito desvelo, se fue
empeorando cada vez mas, hasta que no quedo esperanza, sino la muerte.
Cuando conocio ella que pronto debia abandonar a su marido y a su hija,
se puso muy triste, afligiendose por los que dejaba en la tierra y sobre
todo por la nina.
La llamo, pues, y le dijo:
--Querida hija mia, ya ves que estoy muy enferma y que pronto voy a
morir y a dejaros solos a ti y a tu amado padre. Cuando yo desaparezca,
prometeme que miraras en el espejo, todos los dias al despertar y al
acostarte. En el me veras y conoceras que estoy siempre velando por ti.
Dichas estas palabras, le mostro el sitio donde estaba oculto el espejo.
La nina prometio con lagrimas lo que su madre pedia, y esta, tranquila y
resignada, expiro a poco.
En adelante, la obediente y virtuosa nina jamas olvido el precepto
materno, y cada manana y cada tarde tomaba el espejo del lugar en que
estaba oculto, y miraba en el, por largo rato e intensamente. Alli veia
la cara de su perdida madre, brillante y sonriendo. No estaba palida y
enferma como en sus ultimos dias, sino hermosa y joven. A ella confiaba
de noche sus disgustos y penas del dia, y en ella, al despertar, buscaba
aliento y carino para cumplir con sus deberes.
De esta manera vivio la nina, como vigilada por su madre, procurando
complacerla en todo como cuando vivia, y cuidando siempre de no hacer
cosa alguna que pudiera afligirla o enojarla. Su mas puro contento era
mirar en el espejo y poder decir:
--Madre, hoy he sido como tu quieres que yo sea.
Advirtio el padre, al cabo, que la nina miraba sin falta en el espejo,
cada manana y cada noche, y parecia que conversaba con el. Entonces le
pregunto la causa de tan extrana conducta.
La nina contesto:
--Padre, yo miro todos los dias en el espejo para ver a mi querida madre
y hablar con ella.
Le refirio ademas el deseo de su madre moribunda y que ella nunca habia
dejado de cumplirle.
Enternecido por tanta sencillez y tan fiel y amorosa obediencia, virtio
el lagrimas de piedad y de afecto, y nunca tuvo corazon para descubrir a
su hija que la imagen que veia en el espejo era el trasunto de su propia
dulce figura, que el poderoso y blando lazo del amor filial hacia cada
vez mas semejante a la de su difunta madre.
55. LOS ZAPATOS DE TAMBURI
Habia en el Cairo un me
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