a llena la suela destrozaron los hilos de las redes.
Indignados los pescadores, recurrieron al Juez para reclamar contra
quien habia echado al rio indebidamente aquellos zapatos.
El Juez les dijo que en aquel asunto nada podia hacer. Entonces los
pescadores cogieron los zapatos, y, viendo abierta la ventana de la casa
de Tamburi, los arrojaron dentro, rompiendo todos los frascos de esencia
de rosa que el avaro habia comprado hacia poco, y con cuya ganancia
estaba loco de contento.
[Illustration: Los Zapatos de Tamburi]
--iMalditos zapatos!--exclamo,--icuantos disgustos me cuestan!--Y
cogiendolos, se dirigio al jardin de su casa y los enterro. Unos vecinos
que vieron al avaro remover la tierra del jardin y cavar en ella, dieron
parte al Cadi, anadiendo que sin duda Tamburi habia descubierto un
tesoro.
Llamole el Cadi para exigirle la tercera parte que correspondia al
Sultan, y costo mucho dinero al avaro el librarse de las garras del
Cadi. Entonces cogio sus zapatos, salio fuera de la ciudad y los arrojo
en un acueducto; pero los zapatos fueron a obstruir el conducto del agua
con que se surtia la poblacion de Suez.
Acudieron los fontaneros, y encontrando los zapatos se los llevaron al
Gobernador, el cual mando reducir a prision a su dueno y pagar una multa
mas crecida aun que las dos anteriores, entregando, no obstante, los
zapatos a Tamburi.
Asi que se vio Tamburi otra vez en posesion de sus zapatos, resolvio
destruirlos por medio del fuego; pero como estaban mojados no logro su
objeto. Para poder quemarlos los llevo a la azotea de su casa con el
proposito de que los rayos del sol los secasen.
El destino, empero, no habia agotado los disgustos que le proporcionaban
los malditos zapatos. Cuando los dejo, varios perros saltaron a la
azotea por los tejados y, cogiendolos, se pusieron a jugar con ellos.
Durante el juego, uno de los perros tiro un zapato al aire con tal
fuerza que cayo a la calle en el momento en que pasaba una mujer. El
espanto, la violencia y la herida que le causo fueron tales que quedo
desmayada en la calle. Entonces el marido fue a quejarse nuevamente al
Cadi y Tamburi tuvo que pagar a aquella mujer una gruesa multa como
indemnizacion de danos.
Esta vez, desesperado, Tamburi se propuso quemar los endiablados zapatos
y los llevo a la azotea, donde se puso de vigilante para evitar que se
los llevasen. Pero entonces fueron a llamarlo para finalizar un negocio
de cristaleria, y la codicia
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