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El maestro de escuela, suplicante, imploro: --iPero si todos somos unos! El exguerrillero no dijo nada. No hubo apelacion ni misericordia. Al primer golpe, el maestro de escuela perdio el sentido; el otro, el antiguo lugarteniente del Cura, callo y comenzo a recibir los palos con un estoicismo siniestro. Luschia se puso a hablar con Zalacain. Este le conto una porcion de mentiras. Entre ellas le dijo que el mismo habia guardado cerca de Urdax, en una cueva, mas de treinta fusiles modernos. El hombre oia y, de cuando en cuando, volviendose al ejecutor de sus ordenes, decia con voz gangosa: _iJo! iJo!_ (Pega, pega). Y volvia a caer la vara cobre las espaldas desnudas. CAPITULO III DE ALGUNOS HOMBRES DECIDIDOS QUE FORMABAN LA PARTIDA DEL CURA Concluida la paliza, Luschia dio la orden de marcha, y los quince o veinte hombres tomaron hacia Oyarzun, por el camino que pasa por la Cuesta de la Agonia. La partida iba en dos grupos; en el primero marchaba Martin y en el segundo Bautista. Ninguno de la partida tenia mal aspecto ni aire patibulario. La mayoria parecian campesinos del pais; casi todos llevaban traje negro, boina azul pequena y algunos, en vez de botas, calzaban abarcas con pieles de carnero, que les envolvian las piernas. Luschia, el jefe, era uno de los tenientes del Cura y ademas capitaneaba su guardia negra. Sin duda, gozaba de la confianza del cabecilla. Era alto, huesudo, de nariz fenomenal, enjuto y seco. Tenia Luschia una cara que siempre daba la impresion de verla de perfil, y la nuez puntiaguda. Parecia buena persona hasta cierto punto, insinuante y jovial. Consideraba, sin duda, una magnifica adquisicion la de Zalacain y Bautista, pero desconfiaba de ellos y, aunque no como prisioneros, los llevaba separados y no les dejaba hablar a solas. Luschia tenia tambien sus lugartenientes; Praschcu, Belcha y el Corneta de Lasala. Praschcu era un moceton grueso, barbudo, sonriente y rojo, que, a juzgar por sus palabras, no pensaba mas que en comer y en beber bien. Durante el camino no hablo mas que de guisos y de comidas, de la cena que le quitaron al cura de tal pueblo o al maestro de escuela de tal otro, del cordero asado que comieron en este caserio y de las botellas de sidra que encontraron en una taberna. Para Praschcu la guerra no era mas que una serie de comilonas y de borracheras. Belcha y el Corneta de Lasala iban acompanando a Bautista. A Belcha (el negrito) l
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