pajarillos.
Tres dias despues de haber dejado la zona torrida, pasaba la noche
tendido sobre la nieve, en un punto que esta casi al nivel del
Monte-Blanco.
Doce leguas de crestas enmaranadas, separadas por gargantas profundas,
detienen frecuentemente al viagero en medio de sus riscos; y cuando cae
la nieve en abundancia por la noche y llega a encubrir los desfiladeros,
es necesario aguardar a que el sol de algunos dias serenos la derrita
para ver despejados los senderos que, aun entonces, solamente en fuerza
de la habitud pueden encontrar los guias. La famosa gruta de
_Palta-Cueva_, colocada entre dos crestas que era preciso traspasar,
manifiesta bastante, por las osamentas de mulas que se ven por todas
partes en sus alrededores, lo peligroso que es el detenerse en ellos;
peligro dificil de evitarse por lo muy largo del transito y por lo
escabroso del camino. Palpando pues los danos a que se expone el
negociante, aventurandose a pasar, para transportarse a Moxos, por un
tal camino, el solo conocido a no ser que se anden como trescientas
leguas tocando de paso en Santa-Cruz-de-la-Sierra, forme seriamente el
proyecto de buscar nuevas y menos arriesgadas comunicaciones.
Baje rapidamente a los valles de la vertiente meridional, y atravesando
las lugares habitados por los indios Quichuas, me puse en la ciudad de
Cochabamba, donde a la sazon se hallaba el gobierno, al que presente el
proyecto que acababa de concebir. Aprobo el plan que me habia yo
propuesto, haciendome sin embargo entrever las dificultades que habria
que allanar, y los peligros a que yo me exponia en el corazon de
regiones desconocidas, en donde tendria que luchar a la vez con los
obstaculos de la naturaleza y con las naciones salvages. Pero inflexible
en mi determinacion, y hechos mis preparativos, emprendi un mes despues
este viage de descubrimiento.
El 2 de julio de 1832 sali de Cochabamba, dejando otra vez la
civilizacion de un pueblo para aventurarme nuevamente en el seno de los
desiertos, donde debia encontrarme solo conmigo mismo. Me acompanaban en
esta expedicion, mandados por el gobierno, un religioso encargado de
convertir a la fe cristiana a los salvages que encontrasemos, y el senor
Tudela, que debia seguir mis instrucciones para abrir el camino
proyectado, y entenderse en quichua con los indios conductores de
viveres.
Subi por la cuesta de Tiquipaya y llegue a unas altas planicies de donde
me encamine, por un llano que ocupaba la cumbre
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