asustados, vuestros propios vasallos
que observan vuestra inquietud.
Vuestra vida corre el mayor
peligro.
MANFREDO.
?Mi vida? yo os la abandono.
EL ABAD.
Yo he venido para procurar vuestra
salvacion y no vuestra perdida...
No quisiera penetrar los secretos de
vuestra alma; pero si lo que se dice
es cierto, todavia es tiempo de hacer
penitencia y de impetrar misericordia;
reconciliaos con la verdadera
iglesia, y esta os reconciliara
con el cielo.
MANFREDO.
Os entiendo; ved mi respuesta.
Lo que fui y lo que soy no lo conocen
sino el cielo y yo. No escogere
un mortal por mediador ?he quebrantado
algunas leyes? que se
pruebe y se me castigue.
EL ABAD.
Hijo mio, yo no he hablado de
castigo y si de perdon y de penitencia:
vos sois quien debe escoger;
nuestros dogmas y nuestra fe me
han dado el poder de dirigir a los
pecadores por la senda de la esperanza
y de la virtud, y dejo al cielo
el derecho de castigar: "La venganza
pertenece a mi solo," ha dicho
el Senor, y es con humildad
como su siervo repite estas augustas
palabras.
MANFREDO.
Anciano, ninguna cosa puede arrancar
del corazon el vivo sentimiento
de sus crimenes, de sus penas, y del
castigo que se inflige a si mismo: nada:
ni la piedad de los ministros del cielo,
ni las oraciones, ni la penitencia, ni
un semblante contrito, ni el ayuno,
ni las zozobras, ni los tormentos de
aquella desesperacion profunda que
nos persigue por medio de los remordimientos
sin amedrantarnos con
el infierno, pero que el solo bastaria
para hacer un infierno del cielo.
No hay ningun tormento venidero
que pueda ejercer semejante justicia
sobre aquel que se condena y se
castiga a si mismo.
EL ABAD.
Estos sentimientos son laudables,
porque algun dia haran lugar a una
esperanza mas dulce. Vos os atrevereis
a mirar con una tierna confianza
la dichosa morada que esta
abierta a todos aquellos que la buscan,
cualesquiera que hayan sido
sus yerros sobre la tierra; pero
para espiarlos es preciso empezar
por conocer la necesidad de ejecutarlo.
Proseguid conde Manfredo ...
todo lo que nuestra fe podra saber
se os ensenara y quedareis lavado
de todo lo que pudiesemos absolveros.
MANFREDO
Cuando el sesto emperador de
Roma vio llegar su ultima hora,
victima de una herida que se habia
hecho con su propia mano a fin de
evitar la vergueenza del suplicio que
le preparaba un senado que antes
era su esclavo un soldado conmovido
en ap
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