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estando a continuacion, de un modo brusco, que se negaba a apadrinarle. Convencido Pirovani de que nada conseguiria, se despidio de el, dirigiendose a la casa de Moreno. Al dia siguiente, en las primeras horas de la manana, don Carlos Rojas recibio una visita. Estaba en la puerta del edificio principal de su estancia, cuando vio llegar a un jinete vestido como es de uso en las ciudades y sobre un caballejo que le hizo sonreir. Era el oficinista. --?Adonde va montado en ese mancarron?... Eche pie a tierra. ?No le parece que tomemos un mate, amigazo?... Entraron los dos en aquella pieza que servia de salon y despacho a don Carlos, y mientras una criadita preparaba el mate, vio el oficinista por una puerta entreabierta a la hija de Rojas sentada en una butaca de mimbres, con aire pensativo y triste. Llevaba traje femenil, y al abandonar las ropas masculinas parecia haber perdido su audacia alegre de muchacho revoltoso. La saludo Moreno desde el otro lado de la puerta, y ella contesto a su saludo melancolicamente. --Ahi la tiene usted--dijo el padre--; parece otra. Cualquiera creeria que esta enferma. Son cosas de los pocos anos. Sonrio Celinda con indolencia, haciendo un signo negativo al oir la suposicion de su enfermedad. Despues abandono aquella habitacion, demasiado inmediata al despacho, para que los dos hombres pudieran hablar libremente. Cuando hubieron tomado el primer mate, Rojas oficio un cigarro a Moreno para que "pitase", y encendiendo el suyo se preparo a escuchar. --?Que le trae por estos pagos, tinterillo?... Porque usted no es hombre de a caballo, y cuando echa una galopada debe ser por algo. El oficinista, al que apodaba "tinterillo" el estanciero, siguio fumando con la calma de un oriental que considera conveniente excitar la curiosidad de su interlocutor antes de emprender la conversacion. --Usted, don Carlos--dijo al fin--, fue en su juventud hombre de armas. Me han contado que cuando vivia en Buenos Aires tuvo varios duelos por asuntos de hembras. Miro Rojas a un lado y a otro, por si la nina andaba cerca y podia oirle. Luego sonrio con la vanidad que sienten los hombres entrados en anos al recordar las audacias y desafueros de su juventud, y dijo con una falsa modestia: --iBah! iQuien se acuerda de eso! Muchachadas, che; cosas que se usaban entonces. Creyo necesario Moreno hacer una larga pausa, y anadio: --El ingeniero Canterac y el contratista Pirovani se batiran ma
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