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contra aquella senorona que perturbaba a los hombres. Pero el famoso gaucho encogio sus hombros, sonriendo despectivamente, y siguio adelante. En el boliche le esperaban tres amigos suyos que vivian la mayor parte del ano al pie de los Andes y habian venido a pasar unos dias en su rancho. Don Roque, en otras circunstancias, se hubiese alarmado al conocer esta visita. Tal vez preparaban algun robo importante de "hacienda" para llevar las reses al otro lado de la Cordillera y venderlas en Chile. Pero ahora los personajes importantes de la Presa daban mas que hacer al comisario que los gauchos dedicados al abigeato. Al entrar Manos Duras en el "Almacen del Gallego", vio que el publico era mas numeroso que las otras tardes de trabajo, hablandose en todos los corros de la muerte del contratista. Mientras bebia de pie junto al mostrador, fue oyendo los comentarios de los parroquianos. --Esa hembra--gritaba uno--es la que ha tenido la culpa de todo. iQue mala p...! Manos Duras se acordo de la tarde en que habia visto a la marquesa por primera vez. Este recuerdo hizo que mirase con ojos agresivos al que acababa de hablar, lo mismo que si le hubiese dirigido una injuria. --Dos hombres se han peleado a muerte por esa senora; ?y que?... Yo tambien estoy dispuesto a pelar mi facon y a matarme con el primero que la insulte. A ver si hay un guapo que quiera pisarme el poncho. Esta invitacion a "pisarle el poncho" era un reto a estilo gaucho para el combate; pero despues de un corto silencio los parroquianos empezaron a hablar de otra cosa. Se asomo Torrebianca, al atardecer, a una de las ventanas de su casa, mirando con extraneza los grupos reunidos en la calle. Su numero habia aumentado. El comisario de policia, que acababa de regresar de Fuerte Sarmiento, iba entre ellos, hablando a unos y a otros para que se retirasen. Al ver al marques en la ventana le saludo quitandose el sombrero. Hombres y mujeres quedaron mirando al esposo de Elena fijamente, con una curiosidad hostil, pero nadie oso una demostracion contra el. Torrebianca no pudo ocultar su sorpresa ante la mirada inquietante de tantos ojos fijos en su persona. Luego se dio cuenta de una impopularidad que juzgaba inexplicable, y acabo cerrando las vidrieras con triste altivez. Pasados algunos minutos abrio Sebastiana la puerta de la casa, apoyandose en una baranda de la galeria exterior. Habia sentido la atraccion de aquella afluencia de grupos, en lo
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