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nto. Volvian indudablemente del entierro del contratista. Todos, antes de alejarse, miraban de reojo la casa. Cerca del anochecer vio pasar a un jinete solo, que bajaba la cabeza obstinadamente. Era Ricardo Watson. Se dio cuenta, por su traje cubierto de polvo y por el aspecto de su cabalgadura, que no venia del entierro como los otros. Debia haber pasado el dia en el campo; indudablemente, en la estancia de Rojas o vagando por las inmediaciones del rio en compania de aquella muchacha del latigo. "iY yo aqui--penso--, encerrada como una fiera, huyendo de los insultos de un populacho injusto!... iY luego se asombran de que una mujer sea mala!" Permanecio inmovil, con los ojos entornados, mientras las sombras del crepusculo, surgiendo de los rincones, venian a confundir sus lobregueces en el centro de la habitacion. Solo una debil claridad exterior daba cierta fluorescencia azul a los vidrios, destacandose sobre ellos la silueta inmovil de Elena. Cerrada ya la noche, cuando dio un grito para que acudiese Sebastiana, esta contesto adivinando sus deseos: --iAlla voy con la lampara!... Y aparecio llevando un gran quinque, que puso sobre la mesa, en mitad del salon. Iba a retirarse, creyendo que lo habia hecho todo, cuando la detuvo la senora. --?Usted sabe donde podra estar en este momento ese Manos Duras de que me hablo antes? La mestiza, siempre predispuesta a la charla desarrollo un largo preambulo antes de dar una contestacion precisa. Manos Duras iba ahora a todas partes con unos amigos suyos de la Cordillera que estaban alojados en su rancho: gente mala y poco temerosa de Dios. iA saber lo que traerian entre manos!... Tambien le habia indicado, en su dialogo a la puerta del corral, que tal vez hiciese pronto un largo viaje, y esta era la razon de haber venido a molestar a la senora por si queria mandarle algo. --Yo creo--termino--que si no se ha vuelto a su rancho lo pillare a esta hora donde el Gallego. --Vaya a buscarle--dijo Elena--y avisele de mi parte que a la diez en punto este frente a la casa... Nada mas. Pero digaselo con habilidad; que nadie se entere. Sebastiana, que habia acogido las primeras palabras como si las escuchase mal, por parecerle inauditas, al oir que le recomendaban ser discreta, olvido su asombro para afirmar vehementemente que la patrona podia estar tranquila en cuanto a la prudencia con que ella acostumbraba a cumplir los encargos. Salio de la casa, marchando a
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