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toda prisa hacia el boliche. Si no encontraba alli al gaucho, era que se habria ido del pueblo. Ante la puerta del establecimiento se detuvo para mirar a su interior. Por ser ya la hora de la cena, el publico habia menguado. Los mas de los parroquianos estaban en sus viviendas, sentados a la mesa, y solamente una hora despues volverian a agolparse junto al mostrador. Un gaucho viejo tocaba la guitarra mirando la panza de un cocodrilo de los que pendian del techo. Los tres huespedes de Manos Duras escuchaban atentamente. Este, sentado en un craneo de caballo y con la espalda apoyada en la pared, fumaba pensativo. Como el dueno del boliche estaba ausente, Friterini, detras del mostrador, imitaba el aire del patron, mientras leia con arrobamiento un periodico italiano, viejo y sucio. Levanto Manos Duras sus ojos, avisado por una tos discreta, y vio en la puerta a la mestiza, que le hacia senas para que saliese. A espaldas del boliche le dio Sebastiana el recado con voz misteriosa, llevandose un dedo a los labios varias veces en el curso de su mensaje. Ademas guino un ojo para que el gaucho "no la tuviese por zonza", dando a entender que sospechaba en que pararia su aviso. Cuando la mestiza se hubo marchado, Manos Duras tardo en volver al boliche. Preferia estar solo y en la obscuridad, por parecerle que asi podia saborear mejor su satisfaccion. Entraba en su regocijo una gran parte de asombro. ?Como podia el imaginarse aquella tarde, al vagar ante la vivienda de la senorona, que esta le enviaria un recado para que fuese a verla a solas en la misma noche?... Al hacer su ofrecimiento a Sebastiana en el corral de la casa, habia obedecido a los impulsos de una caballerosidad a su manera. Deseaba aparecer ante la marquesa como un individuo distinto a los demas habitantes del pueblo y habia ofrecido su proteccion sin esperanza de que ella la aceptase... Y unas horas despues le buscaba. ?Que desearia pedirle?... Luego desecho las dudas que empezaban a enturbiar su gozo, sintiendose fortalecido por un orgullo varonil. El, aunque fuese un pobre rustico, era un hombre como los demas, mejor que los demas, pues todos le tenian miedo... iy estas _gringas_ venidas del otro mundo resultaban a veces tan caprichosas!... Acabo por sonreir vanidosamente. "Lo que yo pienso--se dijo--: itodas son unas!... iTodas iguales!" Y volvio al boliche para sentarse entre sus amigos, en espera de la hora. Robledo y Watson acababan en
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