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igio y al respeto idolatrico que en sociedad se le tributaba. Lejos nuevamente de la escupidera volvio a salivar sobre la alfombra con cierto goce malicioso, que a pesar de su mascara indiferente y bonachona se le traslucia en la cara. Calderon torno igualmente a nublarse y fruncirse hasta que, resolviendose a saltar por encima de ciertos miramientos sociales, le acerco otra vez la escupidera sin tanto valor como antes, pues lo hizo con el pie. Pepa sentose en el otro brazo y siguio haciendo carocas al duque. Este comenzaba a fijar mas la atencion en ella. Sus miradas frecuentes la envolvian de la cabeza a los pies, notandose que se detenian en el pecho, alto y provocador. Pepa era una mujer fresca, apetitosa. Al cabo de algunos minutos el banquero se inclino hacia ella con poca delicadeza, y acercando el rostro a su cara, tanto que parecia que se la rozaba con los labios, le dijo en voz baja: --?Tiene usted muchas _Osunas_? --Algunas, si, senor. --Vendalas usted a escape. Pepa le miro a los ojos fijamente, y dandose por advertida callo. Al cabo de unos momentos fue ella quien acercando su rostro al del banquero le pregunto discretamente: --?Que compro? --Amortizable--respondio el famoso millonario con igual reserva. Entraban a la sazon un caballero y una dama, ambos jovencitos, menudos, sonrientes, y vivos en sus ademanes. --Aqui estan mis hijos--dijo Pepa. Era un matrimonio grato de ver. Ambos bien parecidos, de fisonomia abierta y simpatica, y tan jovenes, que realmente parecian dos ninos. Fueron saludando uno por uno a los tertulios. En todos los rostros se advertia el afecto protector que inspiraban. --Aqui tienes a tu suegra, Emilio. iQue encuentro tan desagradable! ?verdad?...--dijo Pepa al joven. --Suegra, no; mama ... mama--respondio este apretandole la mano carinosamente. --iDios te lo pague, hijo!--replico la viuda dando un suspiro de comico agradecimiento. Volvio la tertulia a acomodarse. Los jovenes casados sentaronse juntos al lado de Mariana. Clementina habia dejado aquel sitio y charlaba con Maldonado: el nombre de Pepe Castro sonaba muchas veces en sus labios. Mientras tanto Cobo aprovechaba el tiempo, haciendo reir con sus desvergueenzas a Pacita; pero aunque intentaba que Esperanza acogiese los chistes con igual placer, no lo conseguia. La nina de Calderon, seria, distraida, parecia atender con disimulo a lo que Ramoncito y Clementina hablaban. Pinedo se habia levantado
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