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la esencia de Satanas. Fue un verdadero milagro. En vez de pasar la vida en su cuarto, no sabia salir del de su madrastra a quien llamaba mama, con un gozo, con un fuego, con una pronunciacion tan decidida, como solo se observa en los devotos sinceros al dirigirse a la Virgen. Devocion podia llamarse tambien lo que Clementina sentia por la esposa de su padre. Asombrada de que en el mundo existiese un ser tan dulce, tan tierno, no se hartaba de mirarla como si acabase de bajar del cielo. Queria adivinarle los pensamientos en los ojos, queria adelantarse a sus menores deseos, queria que nadie la sirviese mas que ella, queria, en fin, como todo enamorado, la posesion exclusiva del objeto de su amor. Una levisima senal de descontento de D. Carmen bastaba para confundirla y sumirla en el mas acerbo dolor. Aquella criatura tan altanera, que habia llegado a hacerse odiosa a todos, se humillaba con placer intenso, a su madrastra. Era su humillacion la del mistico que se postra por una necesidad invencible del espiritu. Cuando sentia la mano de la senora acariciandole el rostro, pensaba sentir la de Dios mismo. Apenas se atrevia a rozar con sus labios aquellos dedos flacos y transparentes. Solo para su madrastra habia cambiado tan radicalmente. Con los demas, incluso con su mismo padre, seguia mostrando la misma frialdad despreciativa, el mismo caracter obstinado y altivo. Si aparecia alguna vez mas dulce y tratable, no habia que achacarlo a su voluntad, sino al mandato expreso de D. Carmen. En cuanto este mandato cesaba o se olvidaba, volvia a su primitivo ser malevolo. Los criados la aborrecian por el orgullo insufrible que comenzo a manifestar asi que se dio cuenta de su estado de princesa heredera; por no encontrar tampoco en ella ninguna compasion para sus faltas. La que mas padecio en su servicio fue la institutriz inglesa que su padre la habia traido. Era ya entrada en anos, pero tenia gusto en vestirse y alinarse como una damisela. Esta inocente mania sirvio tantas veces de burla a la nina, que solo la necesidad le pudo obligar a tolerarlo. iPobre mujer! Todos sus secretos tecnicos de tocador fueron entregados sin piedad a la befa de los criados. Sus imperfecciones fisicas despertaban, contrahechas por la doncella de la senorita, algazara en la cocina. En cierta solemne ocasion, un dia de banquete, Clementina le escondio la dentadura, que tenia sobre el tocador para limpiarla. Cualquiera puede figurarse la desazon que
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