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conmovida.
--?Volveras a jugar, eh? ?Volveras a jugar, perdido?--preguntaba ella
tirandole de los cabellos, borrando aquella primororosa raya que los
partia tan lindamente.
--No ... particularmente sobre mi palabra te aseguro....
--Ni sobre tu palabra, ni sobre tu dinero, grandisimo trasto.... Me voy,
me voy--anadio con un gesto de mimo, levantandose y corriendo a mirar la
hora al reloj de la chimenea--. iUf, que tarde!... Adios, chiquillo.
Y se precipito a la puerta extendiendo la mano a su amante sin mirarle.
Este no pudo besarle mas que la punta de los dedos. Corrio a abrir, pero
ya ella habia echado mano al cerrojo; por cierto que se encolerizo
porque resistia a sus debiles tirones.
--Adios, adios; hasta el sabado--dijo en voz de falsete.
--Hasta pasado manana.
--No, no; hasta el sabado.
Bajo la escalera con la misma precipitacion con que la habia subido,
hizo otro gesto imperceptible de despedida al portero y salio a la
calle. Siguio a pie hasta la plaza del Angel, y alli detuvo un coche de
punto y se metio en el.
Eran mas de las seis. Hacia una hora que estaban encendidas las luces de
los comercios. Ocultose cuanto pudo en un rincon y dejo vagar su mirada
distraida sin curiosidad por las calles que iba atravesando. Su
fisonomia adquirio la expresion altiva, desdenosa, que la caracterizaba,
a la cual se anadia ahora leve matiz de hastio y preocupacion. Por su
elegancia refinada, por su arrogante porte, y sobre todo por aquella
severa majestad de su rostro peregrino, nadie vacilaria en diputar a
Clementina por una de las mas altas y nobles damas de la corte. No
obstante, si lo era de hecho, dado que figuraba en todos los salones
aristocraticos, en todas las listas de personas distinguidas que los
periodicos publicaban al dia siguiente de cualquier sarao, carreras de
caballos, u otra fiesta cualquiera, de derecho distaba mucho de serlo
por su origen. No podia ser mas humilde. Su padre la habia tenido en una
inglesa, manceba de un tonelero irlandes que habia llegado a Valencia en
busca de trabajo. Llamabase Rosa Coote. Era esplendidamente bella y lo
hubiera sido mas a cuidar algo del adorno o alino de su persona. La
miseria, en que ordinariamente vivia aquel hogar ilicito, la habia hecho
sucia y andrajosa. El granuja del mercadal de Valencia y la bella
inglesa se entendieron a espaldas del tonelero, dueno temporal de las
gracias de esta. Salabert era mas joven, mas gallardo: el vicio de la
borr
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