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llevo una mano al corazon. Con la otra dio dos golpecitos en una de las
puertas. Al instante abrieron silenciosamente: se arrojo dentro con
impetu, cual si la persiguiesen.
--Mas vale tarde que nunca--dijo el joven que habia abierto, tornando a
cerrar con cuidado.
Era un hombre de veintiocho a treinta anos, de estatura mas que regular,
delgado, rostro fino y correcto, sonrosado en los pomulos, bigote
retorcido, perilla apuntada y los cabellos negros y partidos por el
medio con una raya cuidadosamente trazada. Guardaba semejanza con esos
soldaditos de papel con que juegan los ninos; esto es, era de un tipo
militar afeminado. Tambien parecia su rostro al que suelen poner los
sastres a sus figurines; y era tan antipatico y repulsivo como el de
ellos. Vestia un batin de terciopelo color perla con muchos y primorosos
adornos; traia en los pies zapatillas del mismo genero y color con las
iniciales bordadas en oro. Advertiase pronto que era uno de esos hombres
que cuidan con esmero del alino de su persona; que retocan su figura con
la misma atencion y delicadeza con que el escultor cincela una estatua;
que al rizarse el bigote y darle cosmetico creen estar cumpliendo un
sagrado e ineludible deber de conciencia; que agradecen, en fin, al
Supremo Hacedor, el haberles otorgado una presencia gallarda y procuran
en cuanto les es dado mejorar su obra.
--iQue tarde!--volvio a exclamar el apuesto caballero dirigiendola una
mirada fija y triste de reconvencion.
La dama le pago con una graciosa sonrisa, replicando al mismo tiempo con
acento burlon:
--Nunca es tarde si la dicha es buena.
Y le tomo la mano y se la apreto suavemente, y le condujo luego sin
soltarle al traves de los corredores, hasta un gabinete que debia ser el
despacho del mismo joven. Era una pieza lujosa y artisticamente
decorada; las paredes forradas con cortinas de raso azul oscuro,
prendidas al techo por anillos que corrian por una barra de bronce;
sillas y butacas de diversas formas y gustos; una mesa-escritorio de
nogal con adornos de hierro forjado; al lado una taquilla con algunos
libros, hasta dos docenas aproximadamente. Suspendidos del techo por
cordones de seda y adosados a la pared veianse algunos arneses de
caballo, sillas de varias clases, comunes, bastardas y de jineta con sus
estribos pendientes, frenos de diferentes epocas y tambien paises,
latigos, sudaderos de estambre fino bordados, espuelas de oro y plata;
todo riquisimo y nuevo. Las
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