espaldas. El Penitenciario estaba a la
derecha y su perfil se descomponia de un modo extrano; creciale
la nariz, asemejandose al pico de un ave inverosimil, y
toda su figura se tornaba en una recortada sombra, negra y
espesa, con angulos aqui y alli, irrisoria, escueta y delgada. 174
Enfrente estaba Caballuco, mas semejante a un dragon que
a un hombre. Rosario veia sus ojos verdes, como dos
grandes linternas de convexos cristales. Aquel fulgor y la
[5] imponente figura del animal le infundian miedo. El tio
Licurgo y los otros tres se le presentaban como figuritas
grotescas. Ella habia visto, en alguna parte, sin duda en
los munecos de barro de las ferias, aquel reir estupido,
aquellos semblantes toscos y aquel mirar lelo. El dragon
[10] agitaba sus brazos, que en vez de accionar, daban vueltas
como aspas de molino, y revolvia los globos verdes, tan
semejantes a los fanales de una farmacia, de un lado para
otro. Su mirar cegaba.... La conversacion parecia
interesante. El Penitenciario agitaba las alas. Era una
[15] presumida avecilla que queria volar y no podia. Su pico se
alargaba y se retorcia. Erizabansele las plumas con
sintomas de furor, y despues, recogiendose y aplacandose,
escondia la pelada cabeza bajo el ala. Luego las figurillas de
barro se agitaban queriendo ser personas, y Frasquito
[20] Gonzalez se empenaba en pasar por hombre.
Rosario sentia un pavor inexplicable en presencia de
aquel amistoso concurso. Alejabase de la vidriera y seguia
adelante paso a paso, mirando a todos lados por ver si era
observada. Sin ver a nadie, creia que un millon de ojos se
[25] fijaban en ella.... Pero sus temores y su vergueenza
disipabanse de improviso. En la ventana del cuarto donde
habitaba el Sr. Pinzon aparecia un hombre azul; brillaban
en su cuerpo los botones como sartas de lucecillas. Ella se
acercaba. En el mismo instante sentia que unos brazos
[30] con galones la suspendian como una pluma, metiendola con
rapido movimiento dentro de la pieza. Todo cambiaba.
De subito sono un estampido, un golpe seco que estremecio
la casa en sus cimientos. Ni uno ni otro supieron la causa
de tal estrepito. Temblaban y callaban.
Era el momento en que el dragon habia roto la mesa del 175
comedor.
XXV
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